En un mundo que clama por acción climática urgente, el avance silencioso del gasto militar global representa una amenaza invisible, pero devastadora. Lejos de detenerse, el rearme masivo liderado por potencias mundiales como los países de la OTAN podría aumentar en casi 200 millones de toneladas anuales las emisiones de gases de efecto invernadero.
Este fenómeno nos obliga a mirar con nuevos ojos el costo ambiental de la guerra, más allá del evidente sufrimiento humano. Las inversiones en armas, lejos de aportar a la paz duradera, desvían recursos y comprometen las metas climáticas del planeta.
El costo ambiental de la guerra: una amenaza que escala
De acuerdo con The Guardian, el rearme militar se presenta como una respuesta a conflictos y tensiones geopolíticas, pero su impacto va mucho más allá del campo de batalla. La fabricación de armamento y el despliegue de fuerzas armadas generan altos niveles de emisiones, al mismo tiempo que se postergan inversiones clave en transición energética.
Tan solo la remilitarización de la OTAN podría equivaler a añadir un nuevo país del tamaño de Pakistán al presupuesto global de carbono. Esto refleja el verdadero costo ambiental de la guerra: millones de toneladas de CO₂ que no figuran en los tratados ni en las cumbres climáticas.
Las fuerzas armadas son responsables del 5.5% de las emisiones globales, una cifra que probablemente aumente con la intensificación del gasto militar. La pregunta ya no es si la guerra contamina, sino cuánto más estamos dispuestos a pagar en términos ambientales.

Seguridad a corto plazo, inseguridad climática a largo plazo
El dilema es profundo: al priorizar la seguridad inmediata, los países están debilitando su seguridad climática futura. Las emisiones derivadas del rearme se traducen en sequías, crisis alimentarias y desplazamientos forzados, muchos de ellos causantes de nuevos conflictos.
Ellie Kinney lo resume con claridad: estamos invirtiendo en seguridad militar mientras ignoramos la necesidad urgente de descarbonizar nuestras economías. El resultado es una espiral de violencia que alimenta la crisis climática y viceversa.
El costo ambiental de la guerra también es un costo moral. Al financiar arsenales en lugar de soluciones sostenibles, se desatienden comunidades vulnerables que podrían beneficiarse de políticas climáticas equitativas.
Conflictos armados y cambio climático: una relación circular
Las guerras no solo agravan el cambio climático; el cambio climático también exacerba los conflictos. En regiones como Darfur, la competencia por recursos escasos ha sido un detonante directo de la violencia, situación que se replica en otras zonas afectadas por la desertificación.
En el Ártico, el retroceso del hielo marino alimenta tensiones por el acceso a nuevos recursos, muchos de ellos fósiles, lo que perpetúa el círculo vicioso entre militarización y calentamiento global. Esto es parte del costo ambiental de la guerra que aún no se reconoce plenamente.
Además, los presupuestos militares actuales no incluyen una contabilidad clara de sus emisiones. Con el secretismo que rodea estas actividades, el verdadero impacto ambiental de las operaciones armadas sigue siendo una caja negra para la sociedad civil y los organismos internacionales.

El gasto militar como desvío de recursos climáticos
Cada dólar destinado a nuevas armas es un dólar que no se invierte en acción climática. Países como el Reino Unido, Francia y Bélgica han reducido sus presupuestos de ayuda exterior y sostenibilidad para poder aumentar el gasto en defensa. Esto representa una pérdida doble: ambiental y humanitaria.
La militarización masiva no solo bloquea fondos, también debilita la confianza internacional. Durante la COP29, varios países del sur global denunciaron la hipocresía de las potencias que aumentan sus arsenales mientras ofrecen compromisos climáticos insignificantes.
Este patrón revela cómo el costo ambiental de la guerra no solo se mide en CO₂, sino también en oportunidades perdidas para la cooperación global y el desarrollo sostenible.
Más allá de la OTAN: un problema mundial
Aunque los estudios se han centrado en la OTAN por su mayor transparencia, el fenómeno es global. En 2023, 108 países aumentaron su grado de militarización, y 92 estuvieron involucrados en conflictos armados. La tendencia es clara: más guerra, más emisiones.
En América Latina, Asia y África, las cifras del costo ambiental de la guerra son aún más difíciles de rastrear. Esto plantea un enorme reto para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, especialmente el ODS 13, que exige acciones urgentes contra el cambio climático.
Mientras el gasto militar sigue creciendo sin una contabilidad verde adecuada, el planeta paga la factura. Necesitamos una nueva narrativa que enfrente la militarización como una amenaza climática en sí misma.
El costo ambiental de la guerra es un llamado a la conciencia para quienes trabajamos en responsabilidad social. No podemos permitir que la seguridad militar desplace a la seguridad climática como prioridad de Estado.
Las emisiones derivadas del rearme global ya son una carga inasumible para el planeta. Y lo peor es que esa inversión, lejos de generar paz, alimenta la inestabilidad que luego justificará nuevos conflictos.
Es hora de repensar nuestras prioridades colectivas. Solo una visión integrada, que reconozca la paz como una condición para la sostenibilidad, podrá romper el ciclo destructivo de guerra y cambio climático.
Consultado en: https://www.expoknews.com/200-millones-de-toneladas-de-co%E2%82%82-por-ano-solo-por-guerras/ Fecha de consulta: 17/06/2025